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Lugares por descubrir: Mi Japón sin washi

Hace ya mismo dos años, mi cochi (sí, nos llamamos cochis y no viene de cochinos…) y yo, antes de ser PNSN y MNSN hicimos el viaje de nuestras vidas… Aprovechando la excusa de la Luna de Miel dijimos pues cruzamos el charco y nos vamos… por ejemplo a: ¿Japón?

Hasta que no lo decidimos, mis conocimientos sobre el país del Sol Naciente se reducían a saber que era una isla, que los que la habitaban eran unos seres muy muy pequeñitos, con ojos rasgados, con algunos vicios como el manga, con una bandera con un punto rojo y con tradiciones ancestrales como las geishas y los samurais. Pero fue ir dándole forma al viaje e ir investigando o recuperando cosas que una había escuchado o leído para ir emocionándonos con la idea de vivir dos semanas en este espacio y tiempo lleno de sorpresas.

«¿Y por qué Japón?». «¿A Japón? Sí, eran algunas de las preguntas que nos hacían muchos cuando nos preguntaban dónde ibamos de Luna de Miel. Lo que nos hizo saber que no era un viaje muy frecuente de recién casados. Pensando el por qué, desempolvé de la estantería el que creía culpable de mi obsesión dormida por viajar allí: un pequeño ensayo de tapas amarillas y gris, El elogio de la sombra. Si no lo habéis leído, no podéis dejar de hacerlo. O mejor… no lo leáis… Porque tendréis que ir sí o sí a Japón algún día… Su descripción de la sociedad y cultura oriental te atrae de una manera tal que ya no podrás escapar.

Así que comenzamos a programarlo. Un viaje que, tiempo después, no crees que hayas hecho, porque las sensaciones y emociones vividas en esta realidad lejana superan increiblemente la ficción.

Un país, como muchos han descrito, no voy a ser yo quien descubra nada nuevo, lleno de contrastes. Contraste entre la modernidad tecnológica y la tradición cultural más arraigada. Contraste entre la educación y amabilidad extrema y la individualidad solitaria más deprimente. Contraste entre las maravillosas geishas, escapadas de láminas pintadas de tinta sobre papel japonés y las jóvenes niponas ultra modernas, operadas hasta casi occidentalizarse; contraste entre las alturas de los rascacielos de Tokio y las casas tradicionales con tatami de Takayama, contraste entre el ruido de los coches o las salas de juegos y el silencio sepulcral de los templos de columnas rojas o las salas de té, contraste entre dulces preciosos y los sabores extraños de la soja y el té verde, contraste entre el civismo más extremo y el descontrol del vicio escondido…

Y entre esos contrastes vividos, suspiros de amor… Suspiros de amor por los papeles japoneses, por las tiendas de sellos, por los patrones coloristas, por una comida japonesa que va más allá del sushi y el sashimi, suspiros de amor por los packaging imposibles que lo envuelven todo, por las preciosas geishas, que no pueden mirarte a los ojos y mejor porque si no te enamorarías, por los paisajes que parecen pintados por Friedrich, por los almendros en flor, por sus olores… Suspiros de amor que se hacen más bellos desde la distancia de un país, donde sabes que no podrías vivir.

Pero, lo que no entiendo dos años después, lo que no me entra en la cabeza es dónde me dejé un suspiro de amor… que se convierte hoy en la razón de este post: ¿dónde estaba el washi tape? No lo conocía, quizás me topé con miles de ellos, de paquetitos cerrados por washis llenos de color y estampados imposibles y ni los miré, los pasé por alto como si no merecieran mi atención. Hubiera traído una maleta llena de ellos y hubiera sido, hace dos años, la dueña del washi en Madrid y alrededores. Todos hubieran sucumbido a mi hallazgo.

En mi baja maternal descubrí muchas cosas, entre ellas: el washi tape. Con el que me reencontré hace una semana en un precioso taller de Lanoa y Madresfera, en un espacio inimaginable como es Grey Elephant, donde su anfitriona Laura no puede hacerlo más especial. Le dimos uso a ese celo japonés que nos trae loquitas a todas. Fue una mañana estupenda, por el despliegue maravilloso de Diana, no podía haber cosas más bonitas para hacer nuestras obras: sellos, pegatinas, papeles, cintas, troqueladoras… y mucho mucho washi. Washi de color flúor, de rayas, de números, de flores, de topitos y de colores imposibles… Que yo, indecisa de mí, no sabía a por cuál lanzarme.

Teníamos tres objetivos:

1. Una tarjeta. Que ya os enseñé porque al día siguiente era el cumple del PNSN y quedé fenomenal.

2. Una cajita de craft para regalar en una ocasión especial with Love.

3. Y una lámina para el Día de la Madre. Este último objetivo fue el que más me gustó. La verdad que no lo tenía pensado. Llevaba un montón de fotos, que había cogido de una caja olvidada de casa minutos antes de salir. Pero con un poco de washi por aquí, un sello (sugerido por Noemi de megustamibarrio) y un Love me quedó este resultado, que hizo, sin quererlo, las delicias de mis compis.

Lo pasamos realmente bien, deseando repetirlo estoy. Porque a este taller que tanto recomiendo, se unió el poner cara, voz y mirada a las chicas blogueras con las que comparto mi día a día virtual, en especial a la madre del Gremlin y a Mónica de Madresfera, que me han apoyado tanto, desde un principio en esto de La niña sin nombre.

Desde aquel día La niña sin nombre no es la misma, ahora es una niña sin nombre pero con amor. Suspira de amor por un ser pequeñín pero entrañable, que washitapeado está aún más guapo, ¿o no os lo parece?

* Su boca de: «Mamá, no puedo con mi vida. Estoy in love por el Gremlin» lo dice todo ;). Pobre Critter, pero ante el amor…

Tendré que volver a Japón a por un poquito de washi ¿no? Mientras eso llega, Diana por favor ¡Queremos otro taller! Washiadicta me siento.

La niña sin nombre en facebook.